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Vicente enguídanos: «el meu cor és el vellut»

Vicente Enguídanos disfruta a sus 84 años intentando darle vida, en el Museo de la Seda, a una profesión que se pierde, casi desaparecida. Sólo él sabe tejer vellut a mano. Con la rehabilitación del Colegio del Arte Mayor de la Seda, «el último velluter» vive una segunda juventud con el interés y protagonismo que vuelve a tener la seda en nuestra ciudad. Cuenta los días para ver montado finalmente su telar de terciopelo en el Museo.

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¿Qué ha supuesto para usted la rehabilitación del Colegio del Arte Mayor de la Seda?

Desde los quince años estoy en este Colegio y la rehabilitación le ha dado mucha vida. Ha sido un milagro poner en valor el legado histórico. Si le digo la verdad, el verdadero milagro ha sido doña Hortensia Herrero. A veces pienso que ya me puedo morir tranquilo al ver lo bonito que ha quedado el Museo de la Seda. Me da mucha paz y al mismo tiempo me quita muchas noches de sueño, porque pensaba que ya no lo vería rehabilitado. Me ha renovado la ilusión, ahora estoy con mucho entusiasmo por poner en marcha el telar artesanal de terciopelo. Me encantan todos los tejidos, pero el terciopelo es especial. Como suelo decir en valenciano, el meu cor es el vellut.

¿Le gusta que le llamen “el último velluter”?

Si le digo la verdad, que Valencia haya sido cuna de velluters (según los historiadores hubieron de tres a cuatro mil telares en el barrio de Velluters) y que la profesión haya desaparecido es algo triste. El rey francés Enrique IV, a finales del siglo XV mandó contratar a velluters valencianos para montar telares de vellut en Francia, concretamente en Lion. En España ha desaparecido el velluter como profesión artesanal, y en Francia tengo entendido que continua. Es una auténtica lástima.

¿De dónde le viene la afición por tejer?

Soy la cuarta generación. Mi bisabuelo ya era tejedor, mi abuelo fue profesor de tejedor en una fábrica destacada de Valencia, y mi padre se estableció en su día como empresario artesano. Yo en su momento no quise estudiar ninguna carrera y opté por continuar la profesión de tejedor. El taller estaba ubicado en la casa donde vivíamos, en Juan de Mena. Se ganaba para vivir más o menos y encima disfrutaba.

¿Todavía disfruta intentando enseñar como se trabaja este oficio?

A mi edad no estoy en condiciones, pero si que disfruto con las pocas cosas que puedo enseñar. He tenido el tesón de intentar hacer un espolín de 130 centímetros de ancho y actualmente sirve para las demostraciones que se hacen al público que visita el Museo de la Seda. El dibujo se llama San Felipe y es de finales del siglo XVIII. La tela de espolín son tejidos de 54 cm, que todavía se tejen pero en poca cantidad.

Ya que habla del espolín, ¿se puede llegar a perder la manera artesanal de tejerlo?

Existen dos o tres fabricantes que mantienen esos telares. Es un producto de lujo, algo caro, pero siempre hay gente que tiene la suerte de poder pagárselo. Yo más de 4 espolines al año no podía comprometerme a hacer en su día, y eso que llegaba a trabajar 15 horas al día. Las Fallas son unas fiestas que mantienen viva esa tradición. La seda se mantiene en parte gracias a los espolines y también a los damascos.

De todos los tejidos, ¿cuál es el que más le gusta?

He trabajado desde el tejido más sencillo hasta el más complicado. Damascos, brocatel, espolín, terciopelo liso y labrado, tafetán, etc. Los más costosos son el espolín y el terciopelo labrado, al que popularmente le llaman en Italia “Ferrato”.

¿Las máquinas pueden sustituir al artesano?

Es cierto que la vida ha cambiado, pero siempre digo que el arte está en la manualidad. Los telares funcionan con los pies y las manos del artesano. Ese cariño es difícil sustituirlo por una máquina.